LA DOBLE VIDA EN EL DELIRIO COLECTIVO
Habitamos un mundo donde la realidad parece un guion ajeno que debemos representar para sobrevivir. La crisis económica, la polarización y el murmullo constante de los medios y las redes sociales, tejen un delirio colectivo que moldea nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestra existencia.
Este breve ensayo intenta observar esa lucha callada, explorando la inevitabilidad de este delirio, la doble vida que nos exige y la posibilidad de desafiarlo desde adentro, sin falsas esperanzas ni respuestas simples, buscando entender si la fractura entre nuestro “yo” público y nuestro “yo” interior, es el precio inescapable de vivir en sociedad, o si existe un camino para reescribir el relato sin quedarnos al margen.
UNA REALIDAD CONSTRUIDA
La realidad que enfrentamos no es un hecho sólido, sino una narrativa forjada por las condiciones sociales —economía, política, cultura— que actúan como un filtro invisible. Es, buscando una similitud, como en la película «Están vivos» (They Live) de John Carpenter.
La inflación, la desconfianza en las instituciones, los representantes que no nos representan, la violencia y el temor a un colapso inminente no son solo números o noticias; son el libreto que nos indica cómo movernos dentro del caos. Es la realidad que construimos todos.
Este libreto no es imparcial ni tampoco inocente, sino que está diseñado para mantener un orden, empujándonos a aceptar mitos como el del “éxito individual” o la “crisis” como si fueran verdades grabadas en una piedra. Sin embargo, estos mitos son endebles, como un castillo de naipes que se sostiene porque todos acordamos no soplar al mismo momento.
EL RELATO DE MEDIOS Y REDES
Los medios masivos y las redes sociales son los principales narradores de este delirio. No apuestan por la verdad, sino por historias que parezcan ciertas, esas que conectan con la rabia o la esperanza de quienes las reciben. Un noticiero exagera la crisis hasta hacerla parecer el fin; un influencer asegura que con esfuerzo todo se puede. Ya no se necesitan pruebas, solo que el relato nos conmueva, nos encienda. Los comunicadores estrella, ya sean periodistas o gurúes digitales, manejan los hilos de las emociones, haciendo que bailemos al compás de un guion que no elegimos, pero que ahí está.
Pero no somos meras víctimas; al repetir un relato sin cuestionarlo o al callarnos para evitar conflictos, reforzamos el delirio. Nuestro silencio no es pasivo ni tampoco inocente; es un aval al orden establecido.
EL JUEGO DEL AMO Y EL ESCLAVO
Esta relación con el delirio nos sume en una dinámica perversa, siendo a la vez, amos y esclavos en este juego. Los medios y las redes nos imponen el guion, pero nosotros lo asimilamos, convirtiéndonos en sus propios custodios. En estos momentos, donde la urgencia de “salir adelante” es constante, se repiten mitos que nos abrazan con fuerza, como la idea de que en nuestras manos está el que se vayan o vuelvan, o de que el éxito depende solo de nuestro esfuerzo, porque así vamos a ser felices en este mundo.
Este juego de roles nos parte en dos. Afuera, usamos una máscara para encajar, trabajar, socializar, porque lo necesitamos para subsistir; adentro, escondemos un murmullo de dudas, frustración, bronca y preguntas sin respuesta. Esta doble vida es la manera de sobrevivir, pero también se ha convertido en una jaula. Es como llevar una mochila cargada de piedras: nos mantiene en pie, pero nos agota.
EL PESO DE LA FRACTURA
La pregunta que nos atraviesa a todos, es si esta doble vida, este juego de roles que jugamos a diario, es el costo inevitable de existir en sociedad de blancos o negros. Para trabajar, para conectar con otros, debemos hablar el idioma del delirio, asentir, repetir o guardar silencio, y cada vez que lo hacemos, sentimos que estamos traicionando algo propio.
La sociedad actual, con su demanda de estar siempre activos, productivos, atentos, disponibles, opinando sin respiro, agranda la grieta. Nuestro mundo interior —nuestras dudas, nuestra autenticidad— se convierte en algo opaco, en un lujo caro de sostener, porque el sistema nos quiere como actores, no como creadores y nos paga como extras. En esta sociedad del agotamiento, al final nos sentimos exhaustos, persiguiendo relatos que no nos conducen a nada, pero que nos prometen todo.
UNA CHISPA PARA EL CAMBIO
A pesar de todo, no estamos atrapados en este juego sin remedio. Aunque escapar del delirio parece imposible, podemos movernos dentro de él con una lógica propia. El pensamiento crítico es nuestra arma secreta, ese músculo que se debilita si no se lo ejercita. Cuestionar una noticia, dudar de una afirmación que aparece en un titular, y decirnos “no estoy seguro” en lugar de seguir el coro, es un pequeño acto de rebeldía que resquebrajan el guion.
En Argentina, donde la bronca colectiva es alimentada por la crisis y la desconfianza, podemos encontrar un impulso para cuestionar el relato dominante. No buscando abandonar el sistema —ya que debemos trabajar, relacionarnos, vivir—, sino encontrar una manera de participar sin rendirse al guion, de desafiar los mitos sin quedarnos al margen. Esto implica pequeños actos, pero deliberados, como dudar de una noticia sensacionalista, preguntar en una charla sobre quién se beneficia de un relato, o negarse a repetir frases vacías o identificar una falacia. Es como sembrar en un terreno árido, donde la precariedad y el cansancio dificultan el crecimiento. Lo cierto es que no sabemos si de nuestros esfuerzos brotarán algo, pero cada semilla es un gesto de resistencia, un símbolo de esperanza.
EL HORIZONTE DE LAS PREGUNTAS
Es cierto; este camino está lleno de dificultades. Desafiar el delirio significa enfrentar el vacío, aceptar que no hay verdades absolutas, y que la libertad es algo frágil y escurridizo. Pero también despierta preguntas nuevas: ¿podremos ser auténticos sin rompernos en dos? ¿Es el delirio solo una cárcel, o también un refugio? Estas preguntas son un faro en la niebla, que no ilumina del todo, pero nos da una referencia para ajustar nuestro rumbo. La doble vida puede ser el precio de existir, pero no tiene que ser nuestra sentencia. Talvez todo se trate de buscar un guion que no nos quiebre, que no nos agote, que los deje ser nosotros mismos sin excluirnos
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Referencias
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