LOS POPULISMOS Y LA HEGEMONÍA
En la Argentina de los últimos 25 años, los populismos de izquierda y de derecha han tejido una narrativa que, como un espejo fracturado, refleja promesas de redención y contradicciones insalvables.
El kirchnerismo, con su épica de lo nacional-popular, anclado en un progresismo, que no es otra cosa que la adaptación Woke a la cultura local, y el mileísmo, que hunde su ideología con el conservadurismo más rancio e irracional norteamericano, moralista y nacionalista, con su fervor libertario «a la argentina«, se presentan como salvadores del «pueblo», pero terminan atrapados en la misma lógica: señalar enemigos, ignorar, deliberadamente, los problemas sociales, esquivando a las verdaderas elites, terminan tensionando la democracia hasta sus límites.
Esta receta parece infalible para que siempre termine todo mal para los ciudadanos, para el pueblo, o para como se nos cante llamar a quienes terminamos pagando las deudas y soportando los errores de sus acciones.
Este artículo no intenta consolar con respuestas fáciles ni edulcorar la realidad, sino intentar exponer, a través de la crítica -cargada de subjetividad, por supuesto-, las entrañas de estos movimientos que moldean nuestra historia y nuestro presente.
PRINCIPES POPULI
El populismo, como lo describe Ernesto Laclau, es una máquina de dividir: un «pueblo» puro contra un enemigo que encarna todos los males (Laclau, 2005). En Argentina, esta máquina ha funcionado a pleno. El kirchnerismo, que marcó una era entre 2003 y 2015, apuntó a la «oligarquía» —los medios concentrados, la Sociedad Rural, el FMI— como el obstáculo para un país más justo. Sus políticas, desde la recuperación de los derechos humanos hasta la Ley de Medios, intentaron dar voz a los márgenes, pero el relato heroico se topó con una realidad más turbia e intransigente. Mientras se enfrentaba retóricamente, y ampulosamente a las elites, el kirchnerismo pactó con propios y extraños que se enriquecieron con la soja y bancos que obtuvieron enormes dividendos gracias a la devaluación encubierta. Paradójicamente, el kirchnerismo necesitó esas alianzas para sostener su proyecto, pero al hacerlo, dejó intactas las estructuras de poder que decía combatir.
En el otro extremo, el populismo de derecha de Javier Milei, que irrumpió como un vendaval desde 2021, prometiendo liberar al individuo de la «casta» —políticos, burócratas, peronistas y, especialmente, kirchenistas— y del supuesto yugo del socialismo empobrecedor. Su discurso, que mezcla indignación y dogmas cuasi libertarios -de manual-, conectan con el hartazgo de una sociedad agotada por décadas de crisis e incertidumbres, aunque las reformas de Milei, como el megadecreto de 2023, que desreguló la economía, han abierto las puertas a grandes empresas y bancos, mientras los sectores más vulnerables enfrentan y pagan el ajuste. Benjamin Moffitt advierte que los populismos de derecha, bajo su fachada anti-elite, suelen ser los mejores aliados del capital, disfrazando favores a los poderosos como cruzadas por la libertad (Moffitt, 2016). Así, kirchnerismo y mileísmo, aunque se miren con desprecio, terminan sirviendo a los mismos sectores acomodados que juran desafiar.
LA MANO EN LA LATA (AJENA)
La corrupción, ese flagelo argentino, tan transversal como la idea de autopercibirnos los mejores del mundo, es otro punto donde ambos populismos se encuentran, aunque cada uno lo aplica a su manera. En el kirchnerismo, la corrupción fue capilar, extendiéndose como una red que abarcaba funcionarios, empresarios -causa «cuadernos», que sintetiza la cobardía de un empresariado venal y siempre oficialista por conveniencias-, sindicatos y sindicalistas, organizaciones sociales y hasta punteros barriales. Los escándalos de la obra pública, con figuras como Lázaro Báez, revelaron un sistema donde los recursos públicos se desviaban para sostener lealtades y financiar la política. María Esperanza Casullo señala que esta amplitud responde a la necesidad de mantener una base social sólida, y a la vez, diversa, lo que exige mucho dinero, que no siempre llegan por caminos legales (Casullo, 2019), sino a través, y por lo general, de la obra pública o fondos, disfrazados de planes de ayuda social. Milei, en cambio, opera con un círculo más exclusivo, más cercano a la lógica de otro populista fallido: Mauricio Macri. Aunque la gestión de Milei aún es joven, las sospechas sobre contratos opacos o beneficios fiscales a empresas cercanas -Grupo Neuss, con contratos a revisar en el sector de energía o incluso, en la hidrovía, o Eduardo Elsztain, titular y «benefactor» del presidente Milei- sugieren una corrupción más concentrada, diseñada solo para un puñado de aliados. Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser lo explican: los populismos de derecha generan redes más pequeñas, pero igual de oscuras (Mudde & Rovira Kaltwasser, 2017).
Y mientras los populismos se acusan mutuamente de ser la encarnación de todos los males, ambos coinciden en un juego de espejos. El kirchnerismo denuncia la corrupción de sus rivales como prueba de un sistema que saquea al pueblo. Milei, con su megáfono en las redes, apunta al clientelismo kirchnerista como la causa de la decadencia. Este intercambio de culpas simplifica los problemas de fondo, convirtiendo a la corrupción en un arma para deslegitimar al otro mientras se ignoran sus propias fallas. El resultado es una polarización despiadada que no resuelve nada de fondo, sino que envenena el debate público.
DEMOCRACIA DE BAJA INTENSIDAD
La democracia, en este torbellino de seducciones y desencantos, acuerdos y conveniencias, se convierte en un campo minado para los ciudadanos, para el pueblo.
Ambos populismos, obsesionados con encarnar la voluntad popular, recurren a maniobras que casi siempre tensan las reglas del juego democrático. El kirchnerismo apeló a decretos de necesidad y urgencia, como, por ejemplo, el de Aerolíneas Argentinas en 2008, y presionó al Poder Judicial con reformas que generaron muchas sospechas, aunque -hasta hoy- ninguna prueba. Milei, con su megadecreto de 2023, buscó reformar la economía pasando por encima del Congreso, desafiando los equilibrios que propone el sistema republicano.
Chantal Mouffe observa que los populismos, en su afán por imponer una hegemonía, ven a las instituciones como obstáculos a la «verdadera» voz del pueblo (Mouffe, 2018). Pero este desprecio por las formas democráticas tiene un costo: la república, ya frágil, se estira hasta el borde del abismo.
LA BATALLA CULTURAL
La cultura, lejos de ser un telón de fondo, es el escenario donde ambos populismos libran su guerra por la hegemonía. El kirchnerismo apostó por resignificar lo popular, impulsando la memoria de los desaparecidos y apoyando un arte que desafiara al neoliberalismo, pero este impulso vino con un precio: la exigencia de lealtad, que a veces sofocó la autonomía creativa (Bugnone, 2012). Milei, por su parte, libra una cruzada cultural contra el «adoctrinamiento» progresista empobrecedor, exaltando una visión individualista que margina a quienes no encajan en su dogma, algunas veces fundado en la fe Judía y otras, en no se sabe qué, pero en el fondo, ambos buscan, como diría Antonio Gramsci, hacer de su visión el sentido común de una nación y terminan metiendo la pata, atrapados en sus propias trampas.
NIETZSCHE ES ARGENTINO
Y aquí estamos, en una Argentina donde los populismos se enfrentan como gladiadores de cartón, una y otra vez, bailando la misma danza. Ambos prometen salvar al pueblo, pero a la hora de la verdad, no saben cómo hacerlo, porque no tienen el conocimiento ni la convicción, y terminan sirviendo siempre a un poder concentrado que en el fondo veneran. Denuncian la corrupción, pero tejen sus propias redes para sostenerse, porque no pueden gestionar el poder. Hablan de democracia, pero la retuercen para imponer sus verdades, pero no las de todos.
¿Acaso somos nosotros, los que los elegimos, los que aplaudimos o criticamos sus promesas, que gritamos contra sus enemigos, somos quienes realmente sostenemos esta danza sin fin?
Referencias
Mudde, C., & Rovira Kaltwasser, C. (2017). Populism: A very short introduction. Oxford: Oxford University Press.
Adamovsky, E. (2019). El populismo como categoría: ¿Sirve para entender la realidad? En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Populismo
Biglieri, P., & Perelló, G. (2007). El retorno del pueblo argentino: entre la autorización y la asamblea. Argentina en la era K. En P. Biglieri & G. Perelló (Eds.), En el nombre del pueblo. La emergencia del populismo kirchnerista (pp. 61-84). Buenos Aires: UNSAM Edita.
Bugnone, A. (2012). Poesía descentrada en los sesenta: el “Grupo de los Elefantes”. Boletín de Arte, (13).
Casullo, M. E. (2019). ¿Por qué funciona el populismo? Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Laclau, E. (2005). солLa razón populista*. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Moffitt, B. (2016). The global rise of populism: Performance, political style, and representation. Stanford, CA: Stanford University Press.
Mouffe, C. (2018). Por un populismo de izquierda. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.