MILICIAS DIGITALES
Ya estamos en mayo de 2025 y ha pasado bastante tiempo desde que «Las fuerzas del cielo» tomaron el control del poder político del país, y lo que observo es cómo las redes sociales se han transformado en el epicentro del debate político, un escenario donde las ideas chocan con una ferocidad que a menudo desborda los límites de la discusión.
Las «milicias digitales» no son otra cosa que grupos organizados de personas que operan en plataformas como X para moldear el discurso público con tácticas agresivas. Vinculados a sectores de ultraderecha y al entorno del gobierno de Javier Milei, estos colectivos despliegan estrategias que combinan tecnología, violencia digital y propaganda. Su accionar está dejando huellas profundas en nuestra sociedad y han transformado el discurso político -que ya era bastante pobre-, con costos que impactan la libertad, la confianza y la calidad democrática. En este artículo, intento describir cómo funcionan estas milicias, las técnicas que emplean y las consecuencias de sus acciones, apoyándome en fuentes verificables y casos específicos.
CÓMO OPERAN LAS MILICIAS DIGITALES
Lo primero es que estas milicias digitales no son simples usuarios actuando por impulso o por emoción. Su coordinación se basa en una metodología y planificación meticulosa con objetivos definidos, contando con entrenamiento específico a los militantes -que deben pagar de su bolsillo-, donde «instructores» les enseñan técnicas y prácticas específicas para generar tensión en sus acciones, además de ser un adoctrinamiento cultural y político.
Una investigación de la revista Crisis publicada en 2024 identificó a colectivos como “KFC” (Kiosco, Falopa, Coquita), que operan bajo la dirección de figuras con conexiones al Poder Ejecutivo (Crisis, “Milicias digitales: La avanzada 2.0 de Milei”, 2024). Cuentas como @GordoDan (Daniel Parisini) y @itscroa (Croata) actúan como nodos centrales, organizando ataques que involucran decenas de perfiles. Sus blancos incluyen opositores políticos, periodistas y hasta disidentes dentro del propio espacio de La Libertad Avanza, remedando aquella «verticalidad» que se condenaba al peronismo clásico.
La dinámica de estas tácticas aprovecha la emoción y inmediatez de las redes y una retórica confrontativa que resuena mucho más entre jóvenes, especialmente hombres de 16 a 34 años, según un análisis de tendencias en X (La Nación, “La política en redes: Cómo los jóvenes se suman al debate”, 2024). Estos grupos intensifican la polarización, dividiendo a la sociedad en bandos irreconciliables, técnica narrativa muy propia de los populismos, sean del lado que sean, y lo más peligroso, es que sus acciones no se limitan al ámbito digital, ya que los ataques en línea suelen escalar al mundo físico, afectando directamente a sus víctimas.
TÉCNICAS DE INTIMIDACIÓN Y CONTROL
Las milicias digitales cuentan con un repertorio de técnicas diseñadas para maximizar su impacto. Una de las más comunes es el ataque masivo en X, donde múltiples cuentas coordinadas inundan los perfiles de sus objetivos con insultos, memes ofensivos o acusaciones sin fundamento. Este trolleo busca desacreditar y deshumanizar a la víctima.
Otra práctica es el doxing, que no otra cosa que la publicación de datos personales como direcciones o números de teléfono. En 2023, la legisladora Constanza Moragues, de La Libertad Avanza, sufrió la difusión de su dirección y videos violentos tras un conflicto interno, según informó Página/12 (“El acoso digital contra Moragues: Una interna que escaló”, 2023). Otro caso similar ocurrió con Ayelén Romano, una usuaria, militante peronista, cuya madre fue agredida físicamente tras un hostigamiento que incluyó pasacalles en su casa, documentado por El Destape (“De las redes a la calle: La violencia digital que no para”, 2023).
Otra de las técnicas que también emplean, es el review bombing, publicando reseñas negativas masivas en plataformas como Google para dañar negocios. Esto le ocurrió a Edgardo Alessio, un comerciante que vende repuestos de motos, cuya empresa fue blanco de esta táctica, según un reporte de Infobae (“Ataques digitales: Cómo las milicias afectan la vida real”, 2024). Además, -y esta «característica» también es utilizada por los populismos- difunden desinformación, como narrativas falsas contra periodistas, que se viralizan rápidamente en X. Estas técnicas se potencian con datos obtenidos ilegalmente, lo que permite personalizar los ataques y aumentar su impacto psicológico.
EL PESO SOCIAL DE LA VIOLENCIA DIGITAL
El accionar de estas milicias paraestatales genera un costo social que va más allá de sus víctimas directas. La normalización de la violencia en redes, desde insultos hasta amenazas de muerte, ha creado un clima de hostilidad que afecta la convivencia, potenciando más otro fenómeno que viene desde el Wokismo -si, de ese mismo-, que es la cancelación.
Un evento sobresaliente, y que plasma con claridad las consecuencias de este tipo de técnicas, fue el intento de magnicidio contra Cristina Kirchner en 2022, donde quedó demostrado que este entorno tóxico eleva el riesgo de que los ataques digitales se traduzcan en agresiones físicas (Clarín, “El impacto del odio político tras el atentado a CFK”, 2022).
La confianza, ya frágil, se deteriora aún más. Solo tres de cada diez ciudadanos hoy aprueban el rumbo del país, según un relevamiento en X publicado por Perfil (“Encuesta en redes: La percepción del rumbo político”, 2025). La percepción de que estas milicias operan con respaldo gubernamental, como sugieren los vínculos con el asesor presidencial Santiago Caputo (Crisis, 2024), alimenta la desconfianza hacia las instituciones, lo que termina fragmentando el tejido social y dificultando la construcción de consensos.
Las mujeres y diversidades enfrentan un impacto desproporcionado. Un informe de Amnistía Internacional de 2024 revela que el 63,5% de las periodistas argentinas han sufrido violencia digital, con un 45,9% enfrentando acoso sexual y un 44% amenazas físicas (Amnistía Internacional, “Violencia digital contra periodistas en Argentina”, 2024). Este impacto limita su participación en el debate público, perpetuando desigualdades. El costo psicológico es notable, con el 64% de los agredidos en redes reportando menor confianza en internet y el 16% sentimientos de tristeza, según el Centro de Investigación en Estadística Aplicada (CIESA, “Impacto emocional del acoso digital”, 2024).
EL IMPACTO POLÍTICO EN EL DEBATE PÚBLICO
En el ámbito político, estas milicias digitales han transformado la dinámica del debate y la formación de la opinión pública. Su estrategia de atacar a medios y periodistas, acusándolos de “ensobrados” o “zurdos” o “mandriles”, debilita, el ya debilitado -por mérito propio-, ecosistema informativo.
La supresión de la pauta publicitaria oficial por parte del gobierno a medios que el gobierno percibe como críticos, agrava esta situación, dejando a X como el principal espacio de discusión, donde las milicias tienen una amplia ventaja (La Nación, “El fin de la pauta oficial: Impacto en los medios”, 2024). El Foro de Periodismo Argentino (Fopea) registró 153 ataques a la libertad de expresión en 2024, con un 30% atribuidos al Poder Ejecutivo (Fopea, “Informe anual sobre libertad de prensa”, 2024).
Otra resultante del accionar de estas milicias digitales paraestatales, es la autocensura, que se extiende y profundiza. El 80% de las periodistas en América Latina han limitado su presencia en redes debido al acoso, y en nuestro país, cinco de cada diez periodistas agredidas digitalmente se autocensuran, según ONU Mujeres (ONU Mujeres, “Violencia digital y periodismo en América Latina”, 2022). Este fenómeno reduce la diversidad de voces y empobrece el debate. Las milicias también distorsionan la percepción de la realidad al inundar las redes con narrativas polarizantes, desviando la atención de temas clave hacia conflictos personales.
CONSECUENCIAS PARA LA DEMOCRACIA DIGITAL
Las tácticas de las milicias digitales generan consecuencias duraderas para la democracia. La libertad de expresión se ve restringida por el miedo al acoso y las represalias y la persecución de voces críticas, denunciada por Amnistía Internacional ante la CIDH, crea un entorno donde el disenso es castigado (Amnistía Internacional, “Informe a la CIDH: Libertad de expresión en Argentina”, 2024). La dependencia de X como arena política amplifica este problema, ya que las decisiones de moderación de la plataforma pueden reforzar el dominio de las milicias.
Lo que vemos hasta acá, es que la polarización se intensifica, dividiendo a la sociedad en bandos que no dialogan y cayendo, nuevamente, en ideas populistas, hoy de derecha.
Este clima dificulta la construcción de un sentido colectivo basado en hechos y resultados, reemplazándolo por una dinámica de espectáculo y agresión. La impunidad de las milicias, alimentada por la lentitud de las investigaciones judiciales, perpetúa este ciclo, dejando a los ciudadanos en una posición de vulnerabilidad constante.
La democracia digital, que debería ser un espacio de participación equitativa, se convierte en un terreno donde el poder y la intimidación prevalecen.
Y para terminar, y trayendo algo de Foucault, observo que las milicias digitales operan como un dispositivo de poder que no solo castiga, sino que produce sujetos y verdades en el espacio digital. Como en el panóptico, todos nos sabemos observados, susceptibles al escarnio o la amenaza, y esta vigilancia difusa nos disciplina, nos empuja a la autocensura o al silencio.
Umberto Eco, en su reflexión sobre los signos, nos advertiría que estas milicias no solo combaten ideas, sino que fabrican un simulacro de realidad, donde la verdad se disuelve en el ruido de la polarización. Por su parte, Byung-Chul Han podría señalar que, en esta sociedad de la transparencia digital, la exposición forzada de nuestras vidas en redes nos despoja de la intimidad, convirtiendo la vulnerabilidad en una mercancía para el control político.
En este país, el horizonte digital se tiñe de una paradoja: las herramientas que prometían liberar nuestras voces han devenido en cadenas invisibles, construidas por quienes saben que el poder ya no reside en las plazas o en las calles, sino en los algoritmos y las pantallas.