VULNERABILIDAD Y LIBERTAD
NUEVAS DIMENSIONES DE LA VULNERABILIDAD
En nuestro día a día, las tecnologías digitales han intensificado notablemente la sensación de vulnerabilidad que experimentamos. Imaginate un cristal que refleja infinitamente tu imagen: así funcionan nuestros dispositivos electrónicos, que no solo captan nuestra atención, sino que capturan cada detalle de nuestra existencia.
Esta ilusión tecnológica, conocida como «solucionismo«, (la tendencia a buscar respuestas y soluciones en la tecnología para problemáticas que tienen un fundamento eminentemente social, como puede ser la pobreza o la desigualdad), nos ha llevado a depositar una confianza casi religiosa en dispositivos y algoritmos.
Bajo la promesa de hacernos la vida más sencilla, estos sistemas registran meticulosamente cada aspecto de nuestra cotidianidad. Pensalo: desde nuestros patrones de sueño hasta nuestras preferencias más íntimas, todo queda expuesto ante un escrutinio digital que rara vez cuestionamos. Nuestra vulnerabilidad se manifiesta aquí no solo como exposición de datos, sino como una profunda dependencia psicológica de sistemas que progresivamente toman decisiones por nosotros, lo que dispara la siguiente pregunta: ¿No te parece contradictorio que las mismas herramientas que prometen liberarnos terminen convirtiéndose en nuestras cadenas digitales?
Por otro lado, la conectividad permanente ha eliminado las fronteras entre tiempo de trabajo y descanso, creando un estado de vulnerabilidad constante donde nunca estamos completamente desconectados del sistema productivo. Como una marea que nunca retrocede, la presión para estar disponible y productivo termina invalidando, o acotando hasta los espacios más íntimos de nuestra existencia.
Esta colonización del tiempo personal transforma radicalmente nuestra relación con el descanso, el ocio e incluso con el sueño. El sueño, último bastión de improductividad en el capitalismo moderno, se ve asediado por dispositivos que monitorean hasta nuestros ciclos biológicos más básicos.
La vulnerabilidad alcanza así una dimensión temporal: ya no hay momento del día en que podamos escapar de la vigilancia productiva, creando una ansiedad crónica que nos predispone a aceptar cualquier solución que prometa alivio, incluso si implica ceder más control sobre nuestras vidas.
EL CONTROL Y LA VIGILANCIA EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
El concepto del panoptismo como mecanismo fundamental de control social nos ayuda a entender las dinámicas de vigilancia digital actuales. Pensá en un ojo que nunca duerme: así son los mecanismos de vigilancia contemporáneos, que se han perfeccionado y multiplicado exponencialmente en la era digital.
El panóptico digital supera con creces la eficiencia de cualquier diseño carcelario tradicional. Ya no se trata de una arquitectura física, como propuso Jeremy Bentham, que permite vigilar desde todos los ángulos posibles, sino de una infraestructura invisible y omnipresente que no solo observa nuestras acciones, sino que las almacena, analiza y predice. La vulnerabilidad aquí se manifiesta como transparencia forzada: vivimos expuestos a un escrutinio que no podemos ver ni controlar, generando una autocensura constante que limita nuestra libertad más efectivamente que cualquier prohibición explícita.
Hemos pasado de una sociedad disciplinaria a una sociedad de la transparencia, donde las personas no solo son vigiladas, sino que participan activamente en su propia exposición. El poder ya no opera principalmente mediante la prohibición y la represión, sino mediante la seducción y la motivación, creando sujetos que se autoexplotan voluntariamente mientras experimentan la ilusión de libertad.
Esta transformación representa un refinamiento extraordinario de los mecanismos de control. La coerción externa ha sido reemplazada por la autoexplotación voluntaria; la disciplina impuesta desde fuera ha cedido lugar a un imperativo de rendimiento internalizado que resulta mucho más efectivo, básicamente, porque es permanente. Hemos pasado del «deber» al «poder» como mandato social: ya no se nos dice «debes hacer esto», sino «vos podés hacerlo todo», generando una presión infinita por la optimización constante.
La vulnerabilidad se manifiesta aquí como agotamiento psíquico – específicamente en lo emocional- como la imposibilidad de cumplir con un ideal de rendimiento que nunca te permite el descanso ni la satisfacción.
Y aquí, frente a esta realidad, surge otra pregunta: ¿No te parece el colmo de la sofisticación del poder contemporáneo haber logrado que interpretemos nuestra propia vigilancia y control como actos de libertad y autoafirmación?
EL MIEDO COMO MOTOR DE LA RENUNCIA A LIBERTADES
El miedo, ese antiguo compañero de la humanidad, ha adquirido nuevas dimensiones en nuestra sociedad. Como sombras que se alargan al atardecer, los temores colectivos crecen desproporcionadamente ante amenazas reales o percibidas. La historia nos muestra cómo el miedo ha sido utilizado repetidamente como herramienta política para justificar la limitación de libertades.
El miedo político opera en dos niveles: como una amenaza externa a la comunidad y como un instrumento de intimidación social interna. Este doble mecanismo resulta particularmente efectivo en sociedades que se perciben vulnerables: la amenaza externa justifica medidas excepcionales que, invariablemente, terminan afectando de manera desproporcionada a ciertos grupos dentro de la sociedad. La vulnerabilidad se convierte así en justificación para la desigualdad en la distribución de derechos y libertades, pasando de una sociedad donde la vigilancia es impuesta a una donde es voluntariamente aceptada e incluso deseada.
Este fenómeno de «vigilancia participativa» refleja cómo hemos internalizado la lógica de la seguridad a expensas de nuestra privacidad.
Esta participación voluntaria en sistemas de vigilancia no se basa únicamente en el miedo, sino también en nuestro deseo de pertenencia, reconocimiento y comodidad. La vulnerabilidad contemporánea es, paradójicamente, tanto una condición temida como una identidad activamente cultivada en redes sociales y plataformas digitales. Compartimos voluntariamente aspectos íntimos de nuestra vida con corporaciones y gobiernos a cambio de servicios gratuitos, creando un círculo vicioso donde cada nueva exposición justifica y requiere más protección, y por ende, más vigilancia, llegando a no ser conscientes que ya no nos inquieta que hayamos llegado a un punto donde no solo aceptamos ser vigilados, sino que activamente facilitamos y deseamos ese escrutinio constante.
EL DEBILITAMIENTO DE LOS VÍNCULOS SOCIALES
La atomización social, característica de nuestras sociedades contemporáneas, ha exacerbado nuestra sensación de vulnerabilidad. El debilitamiento de los lazos comunitarios ha erosionado nuestra capacidad de cooperación y apoyo mutuo, no tan solo en grandes urbes, sino también pequeñas comunidades.
Las transformaciones de esta forma de capitalismo moderno, con su énfasis en la flexibilidad laboral, la movilidad constante y la competencia individual, han debilitado los vínculos sostenidos en el tiempo que tradicionalmente proporcionaban seguridad y sentido de pertenencia.
La pérdida de habilidades sociales básicas, como la capacidad de escucha o la empatía sostenida, genera un círculo vicioso donde la atomización incrementa la vulnerabilidad, y esta a su vez intensifica la demanda de protección institucional en detrimento de soluciones comunitarias.
Como un árbol que pierde sus raíces, nos encontramos cada vez más aislados frente a riesgos que, paradójicamente, son cada vez más globales y sistémicos. Esta desconexión social intensifica la sensación de vulnerabilidad y, por ende, la disposición a ceder libertades a cambio de protección institucional.
EL CUERPO VULNERABLE COMO TERRENO POLÍTICO
La pandemia de COVID-19 reveló con brutal claridad la vulnerabilidad biológica que habíamos tratado de olvidar en nuestro afán tecnológico. La crisis sanitaria demostró la facilidad con que aceptamos restricciones a nuestras libertades fundamentales cuando nos sentimos físicamente amenazados.
Resulta preocupante observar cómo la protección de la «vida desnuda» (la mera existencia biológica) se convirtieron en la justificación suprema para suspender nuestros derechos civiles y libertades individuales que constituyen la «vida cualificada» (nuestra existencia política y social).
Esta priorización de la mera supervivencia biológica sobre la vida política significativa representó una tendencia peligrosa en nuestras democracias, por lo que vale la reflexión si no deberíamos habernos preguntado, si la protección de la vida biológica merece cualquier sacrificio de nuestra vida política y social. Pero, haberlo pensado o no, no importó.
Lo que sí quedó bien claro, es que la pandemia intensificó formas de control biopolítico que ya estaban en marcha, mostrando cómo el cuerpo vulnerable se convierte en justificación para nuevas formas de vigilancia y restricción.
La gestión biopolítica de la pandemia reveló y profundizó divisiones sociales preexistentes. Las medidas de confinamiento afectaron de manera radicalmente distinta a diferentes grupos sociales: quienes podían trabajar desde casa, quienes debían exponerse para mantener funcionando los servicios esenciales, quienes no tenían casa donde confinarse. La vulnerabilidad física demostró ser inseparable de la vulnerabilidad social y económica, evidenciando que la «protección» nunca es neutral ni igualitaria.
LA INFANTILIZACIÓN SOCIAL
Un fenómeno preocupante en nuestra sociedad actual es lo que podríamos llamar «infantilización social». Existe una tendencia creciente a considerar a los ciudadanos como sujetos vulnerables necesitados de protección constante, lo que justifica la expansión de mecanismos de control y restricción.
La cultura terapéutica contemporánea -que intencionalmente es representada por el Wokismo, y en nuestro caso, por el Kirchnerismo- ha transformado experiencias normales de adversidad en traumas que requieren intervención profesional y hasta estatal, creando una dependencia de expertos y autoridades para gestionar aspectos cada vez más amplios de la vida cotidiana.
Esta medicalización de la experiencia humana erosionó nuestra capacidad de resiliencia y autonomía, generándonos la percepción de ser inherentemente frágiles y necesitados de protección.
Como niños eternos en un parque vigilado, parecemos cada vez más dispuestos a ceder nuestra autonomía a cambio de la promesa de seguridad y protección. Esta dinámica erosionó gradualmente nuestra capacidad de ejercer una libertad responsable y de enfrentar los riesgos, costos y consecuencias inherentes que surgen de nuestras decisiones, de nuestra propia condición humana.
EL DESAFÍO DE LA LIBERTAD EN TIEMPOS VULNERABLES
Frente a este panorama, cabe preguntarse si estamos condenados a elegir entre vulnerabilidad y libertad, o si existen otras posibilidades. La fragilidad es inherente a la acción política y a la vida en común, y pretender eliminarla completamente implica renunciar a nuestra capacidad de actuar y transformar el mundo.
La incertidumbre y la impredecibilidad son características esenciales de la vida y la acción humana, en forma significativa. Una sociedad obsesionada con la seguridad y la eliminación del riesgo termina sacrificando precisamente aquello que hace valioso vivir: la posibilidad de actuar junto a otros para crear algo nuevo e inesperado. La vulnerabilidad, desde esta perspectiva, no es solo una condición a superar, sino el precio necesario de una vida política plena.
Entonces, ¿es posible imaginar una sociedad que reconozca la vulnerabilidad sin utilizarla como justificación para el control y la restricción?
El reconocimiento de nuestra vulnerabilidad compartida podría ser la base para una ética del cuidado y la justicia, no necesariamente para la restricción de libertades.
El rechazo, o lo peor, la negación de nuestra vulnerabilidad física y emocional básica ha generado mecanismos de exclusión y marginación de quienes nos recuerdan más vívidamente nuestra fragilidad.
Solo asumiendo plenamente nuestra condición vulnerable —en lugar de ocultarla o proyectarla en «los otros»— podríamos anhelar construir sociedades verdaderamente inclusivas, donde la protección mutua no implique dominación.
Como un río que encuentra su camino entre las rocas, quizás nuestro desafío actual consista en desarrollar formas de seguridad que no dependan de la restricción, sino del fortalecimiento de la capacidad de acción colectiva y de la creación de redes de apoyo mutuo que no requieran la cesión de autonomía individual.
LA COBARDÍA CÓMODA
Y por último me pregunto, vos, que lees estas líneas resguardado tras la pantalla de tu dispositivo, ¿te has preguntado seriamente cuánto de tu libertad has entregado ya sin siquiera pestañear? ¿Cuántos datos le regalás diariamente para ahorrarte tres miserables clics? ¿Cuántas veces has aceptado términos y condiciones de uso que ni te molestaste en leer? ¿Cuánto de tu vida mental has tercerizado a algoritmos que deciden qué debes ver, leer, comprar o incluso pensar?
Seamos sinceros: nos hemos vuelto cobardes. Cobardes cómodos, además. Preferimos la seguridad acolchada de nuestras burbujas digitales, la tranquilidad de ser vigilados «por nuestro bien», el confort de que alguien —o algo— nos diga qué hacer, qué comprar, a quién votar.
Hemos desarrollado una alergia patética al riesgo, al error, a la incertidumbre.
Soñamos con vidas asépticas, predecibles, sin sobresaltos. Y por ese patético ideal infantil estamos dispuestos a convertir el mundo en una guardería vigilada, en un zoológico humano donde las jaulas son invisibles, pero no por ello menos reales.
La próxima vez que aceptes entregar tu ubicación, compartir la agenda de tus contactos o tus patrones de consumo a cambio de una aplicación gratuita, preguntate: ¿quién está realmente enjaulado? ¿Quién está sacrificando su autonomía por migajas de comodidad?
Y lo más importante: ¿Cuándo exactamente decidimos que la libertad era demasiado pesada para cargarla nosotros mismos?
Referencias
- Agamben, G. (2020). ¿En qué punto estamos? La epidemia como política. Adriana Hidalgo editora.
- Arendt, H. (1958). La condición humana. Paidós.
- Crary, J. (2013). 24/7: El capitalismo al asalto del sueño. Ariel.
- Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores.
- Furedi, F. (2004). Therapy Culture: Cultivating Vulnerability in an Uncertain Age. Routledge.
- Han, B. C. (2014). Psicopolítica. Herder.
- Han, B. C. (2015). La sociedad de la transparencia. Herder.
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- Morozov, E. (2013). La locura del solucionismo tecnológico. Katz Editores.
- Nussbaum, M. (2006). El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley. Katz Editores.
- Preciado, P. B. (2020). Aprendiendo del virus. El País.
- Robin, C. (2004). El miedo: Historia de una idea política. Fondo de Cultura Económica.
- Sennett, R. (2012). Juntos: Rituales, placeres y política de cooperación. Anagrama.